Jorge tenía un sueño muy profundo pero ya llevaba varias
noches que no podía dormir. Había un ruido incesante que no le dejaba conciliar
el sueño. “¿Qué era eso?” Se preguntaba él todas las malditas noches. Al
principio pensaba que podía ser su estómago, pero él comía y comía y el ruido
no cesaba. Después pensó que, a lo mejor, era el chirrido de una puerta o de
una ventana, así que decidió atornillarlas y asegurarse de que estaban todas
bien cerradas. Pero el ruido, una noche más, volvía a invadir sus oídos. “¡Qué
mala pata! ¡Ya no puedo más!” Y quiso levantarse en medio de la noche para
investigar qué era lo que le molestaba tanto…
No llegó a pisar el suelo cuando, de repente, notó algo blandurrio y peludo en
su pié izquierdo. Pegó un respingo tan grande que se quedó de pié encima de la
cama. Al mismo tiempo, oyó un chillido extraño que dijo “¡Ay!”. Y todo se
quedó en silencio por unos segundos…
Jorge se inclinó varias veces para ver qué había debajo de
su cama. Pero no reunía el valor suficiente para asomarse totalmente y despejar
sus dudas. Lo intentó una vez más y su cabeza chocó con algo y dio otro
respingo. “¿Qué era esa cosa?” ¡¡Era una pelusa!! ¡Llevaba tanto tiempo sin
limpiar que la pelusa se estaba comiendo todo el polvo de su habitación!
Le pidió, por favor, que dejase de hacer ruido, pero la
pelusa no hizo ni caso. Y él no sabía qué hacer. Así que el día siguiente se
fue a trabajar sin dormir.
Cuando llegó a casa, por la tarde, estaba tan cansado que se
fue pronto a la cama pero, como todas las noches, empezó el ruido incesante. Jorge
se despertó y nuevamente decidió pedirle a la pelusa que, por favor, no hiciera
ruido. Pero la pelusa ni le escuchó y siguió comiendo. ¡Cada vez estaba más
grande! Y así varias noches hasta que Jorge decidió, por fin, hacer algo que su
abuela en algunas ocasiones trató de enseñarle:
Se levantó de la cama y bajó las escaleras donde se encontró
a otra pelusa. Ésta era algo más grande y oscura. Pasó por el salón y vio a una
pelusa más pequeña y roja, sería por las alfombras. Cruzó el pasillo y entró en
la cocina. Esta vez encontró a una pelusilla un poco más chica que la anterior.
Claro, la cocina se limpiaba todos los días. Abrió la puerta del patio y allí
estaba, ¡el recogedor!
Empezó a barrer y a limpiar. Escaleras arriba, escaleras
abajo. Encima de los muebles y debajo de los muebles. Izquierda, derecha,
izquierda, derecha…
Unas horas después sonó su despertador y, dejando la casa
impecable, se vistió y se fue a trabajar. Estaba muy cansado, pero tenía la
esperanza de que al volver a casa todo sería diferente. Más limpieza, mejor
ambiente, y lo más importante, podría dormir. Al menos, eso pensaba él.
Qué alegría se llevó cuándo de camino al trabajo se percató
de que era sábado. ¡¡No tenía que trabajar!! Y, ¿sabéis lo que hizo? Se llevó todo el fin de semana durmiendo. Así Jorge aprendió a mantener la casa
limpia y ordenada y las pelusas nunca más volvieron a molestarle.
FIN.